El eterno retorno
Uno regresa a la tierra de su infancia, físicamente o a través de la memoria. Una y otra vez recordamos lo que fuimos, lo que vivimos, lo que soñamos. Por fortuna, la memoria es selectiva y así reconstruimos y revivimos los momentos más emotivos, aquellos que nos sirven de hilo conductor para reconstruir los trayectos vitales. Los aspectos negativos, tristes, quedan ocultos y solo afloran cuando hacemos un trabajo psicoanalítico.
Tiene que ser una infancia muy desgraciada como para echarla de un plumazo en el olvido y borrar ese fragmento de nuestras vidas. Si es imposible retornar físicamente, lo hacemos desde nuestra memoria y nos seguimos identificando con ese pasado. Somos de donde enterramos a nuestros muertos, dice el dicho popular. Somos, del lugar donde transcurrió nuestra niñez. Infancia es destino, diría Sigmund Freud.
Mi vida ha sido un eterno retorno a la matria. Salir a los 18 años y tener la oportunidad de vivir en diferentes lugares de México y España, me permitió comprender la forma en como he visto los acontecimientos a mi alrededor; pero también, la forma en la que he ido construyendo mis presentes. Definitivamente, es el pasado el que determina lo que fuimos y lo que somos. Somos más pasado que presente, pues este es efímero; mientras que el futuro no existe.
Vivir la infancia en un pueblo pequeño y nutrirte de una vida comunitaria llena de afectos, es algo que distingue a mi generación. No conocimos de la violencia callejera; al contrario, la calle, el barrio fue nuestro espacio de socialización. Fuimos felices a pesar de las carencias materiales. Un balón era todo lo que requeríamos para comernos el mundo. No necesitamos de medios de comunicación, ni redes sociales, ni ropa exclusiva para construir nuestro sentido de pertenencia, amistad y solidaridad. Esa es una marca que me llevé conmigo a Mexicali, Ciudad de México, Madrid y Tijuana.
El pasado jueves 9 de septiembre, gracias a la invitación de la directora del Centro Estatal de las Artes en Tecate, Pilar Silva, tuve la oportunidad de presentar mi reciente libro “El olor del balón”, publicado en la Ciudad de México por Ediciones Eón. Tuve la fortuna de contar con dos excelentes presentadores, escritores tecatenses y amigos: Reynaldo Vázquez Abril y Roberto Castillo Udiarte. Fue una reunión, un reencuentro con todos mis afectos. Este libro está dedicado a una guerrera, mi hermana, Luisa Georgina.
En la cuarta de forros explico los contenidos de la obra: “Los textos reunidos en este libro ofrecen un recorrido por el pasado y el presente de nuestra memoria. Miradas que se detienen en lo que en algún momento me pareció significativo y digno de compartir con los lectores; pequeñas crónicas dentro del curso acelerado de nuestra vida cotidiana. Los textos abordan, desde distintas circunstancias, la vida de frontera, pero también alzan la vista para recrear lo que sucede en el resto de México. Todas son miradas afectivas, puntos de vista desde la subjetividad de quien lo escribe y de quien lo lee. Son escritos recreados en el ático, ese refugio cotidiano que me permite condensar pequeñas historias y relatos que surgen a la vuelta de la esquina”.
Incluí 40 textos, la mayoría de ellos publicados como notas periodísticas, algunos otros inéditos, escritos en formato de crónica sobre presentaciones de libros y otros relatos, pero todos revisados para ser parte de la obra. Al final me siento satisfecho y quienes ya lo leyeron o están haciéndolo han sido muy generosos en sus comentarios.